Me da igual qué ser, mientras sea.

Nunca sé como empezar a hablar desde mi cabeza. Hay una inconexión entre todo lo que diría y lo que de verdad digo. Pero me hace preguntarme si verdaderamente es así como deben ser las cosas. Que de donde nacen, permanezcan. Sé que compartiría con el mundo cosas que me guardo para mí sola, cosas que nunca diría en voz alta, pero que ardo en deseos de escribir. Pero no sé cómo.
Últimamente lo veo todo tan oscuro, que hasta mi propia sombra ha desaparecido, separándose de mi cuerpo. Sigo con ese trauma existencial entre lo que soy y lo que seré. Porque era lo que soy, y soy lo que fui, no cabe duda: siguen los mismos miedos, las mismas fantasías, los mismos juegos. Sólo ha cambiado el escenario y el telón. El barco por la jaula. Como si cada paso que diera fuera un barrote más para mi celda.
Sinceramente, hay momentos en los que me siento incomprendida y frustrada. Pero no puedo decirlo en voz alta porque si lo hago lo sentiría real, palpable. Y me da vértigo pensar en cómo sería la ficción en la realidad. En todo un bucle infinito, que no quiero si quiera imaginar. Seré realista o pesimista según lo mire. Seré poeta de pega, o prosista de mentira. Me da igual qué ser, mientras sea.


No hay nada más pesado que la compasión. Ni siquiera el propio dolor es tan pesado como el dolor sentido con alguien, por alguien, multiplicado por la imaginación, prolongado por mil ecos.

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