Escudo férreo son sus manos con las mías.

Nunca la verdad es tan plena como cuando le miro a los ojos. Son los días de lluvia los que me hacen ver las cosas claras, y su mirada siempre me deja pensativa. Como cuando desayuno por las mañanas, y aún con los ojos medio cerrados, saboreo el primer trago de café del día. Es como una chasquido, y todo se convierte en perfección. Pues eso mismo es abrazarle, y notar de pronto como me rodea su brazo protector y me aprieta contra su pecho. Y es que ese es mi único hogar. La explosión y sus mordiscos. Sus enfados y su risa. Sobre todo su risa.
A veces pienso si es él quien me deja sin inspiración. Pero sé que no. Que me entrega hasta su alma en cada beso, y me deja sin respiración a media oreja. Como si no hubiera nada más en el mundo. Y eso, me recuerda que no me lo merezco. A lo mejor por eso mismo, he vuelto a escribir hoy, después de que la tormenta pasara y volviese a su verdadera cama. Porque mi vida gira a su alrededor, como un tío vivo, o una noria. Y nunca cesa. Y sin embargo su sonrisa me vuelve a dar esperanzas. De que no me abandone.
Y es que desde que es mi debilidad, no recuerdo un sólo día sin el nudo en el estómago, sin el miedo a perderle, o perderme yo (de nuevo).


No sé si es poesía o nosotros contra el mundo. Pero déjame decirte que suena de maravilla

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