The last one

Le encontré deambulando por las calles que daban a mi casa, de un lado a otro, de acera en acera. Le vi por la ventana del dormitorio, con su pelo revuelto y su barba de dos o tres días. Con sus vaqueros desgastados que tan bien le caían sobre las caderas, y ese aire enigmático que tanto me desesperaba. De vez en cuando se llevaba una mano a la cabeza y murmuraba algo para sus adentros, pero seguía caminando sin despegar la mirada del suelo. Estaba claro que no sabía que le espiaba. De hecho, es posible que ni siquiera se lo imaginara. Se paró ante mi portal, cogió aire e hizo amago de pulsar el timbre de mi piso, cuando su mirada se encontró con la mía. Había esperado tanto el momento de encontrarme de nuevo con esos ojos negros, que cuando ocurrió apenas pude separarme de la ventana. En su cara se dibujó una mueca de felicidad y preocupación a la vez, pero al igual que yo, no quiso romper el hilo que por unos segundos nos unía. Pero acepté la realidad. Me había hecho daño, y yo se lo había hecho a él. De diferente manera, pero al final y al cabo ambos habíamos roto los esquemas establecidos, nos habíamos pasado de la raya. Y debíamos aceptar que lo que una vez fue importante para los dos, había cambiado nuestra forma de ver la realidad. Me aparté así del cristal, empañado por mi respiración agitada y por el frío del exterior. Vi por última vez su cara. Sé que no quería rendirse. Yo tampoco lo hubiera hecho, pero las cosas no siempre salen como tienen que salir.
Pronuncié un hasta siempre que cazó al vuelo.
Y se alejó, cabizbajo, de nuevo entre las callejuelas, sin volver la mirada atrás.



Y la historia acabó en un suspiro, dejando atrás lo que un día nos hizo felices.

Comentarios

Entradas populares