The girl who writed you

Madrid seguía siendo la misma de siempre, con sus terrazas al sol, su ajetreo matutino, y con millones de personas compartiendo aire. Sin embargo, aquel día las nubes tenían cara de noche.
En el piso de una calle y un portal cualquiera, un chico pelirrojo se preguntaba el por qué de su existencia. Una pregunta filosófica que muchos otros se habían cuestionado antes. Puerta con puerta coexistía una anciana mujer, de ojos grisáceos y pelo cano, que miraba desde el balcón todos esos desconocidos que se paseaban arriba y abajo. A sus pies, o más bien bajo ellos, la chica del supermercado cerraba de un portazo la entrada de su habitación. Tras ella, unos padres al borde del divorcio cerraban también los puños y la boca, procurando recuperar la tranquilidad. En el primero A, otra chica bebía desesperanzada de una botella de vodka caliente, que junto al murmullo de fondo de la televisión, apagaba sus pensamientos. Y por último, justo en el piso contiguo al mío, un bajo B, igual que el hombre de buen talante que subsistía a base de pizzas tras sus cuatro paredes. Lo gracioso era ver, como este, que rondaba los treinta, poseía no menos de cinco o seis máquinas de gimnasio, que adornaban su salón.
Yo, durante aquella época, acababa de aterrizar en el Bajo A, y todavía no sabía la cantidad de historias que podría contar de todas aquellas vidas ajenas, que se convertirían casi en mi  propia familia.



Y así fue como me encontré dentro del torbellino de emociones que abarcaba ese pequeño espacio, con un chubasquero amarillo y envuelta en el perfume de las rosas de aquel extravagante piso.

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