Abrumadora irrealidad.

Por aquel entonces, cantabas en un bar de copas y tocabas como los ángeles. Siempre estuve de acuerdo que aquel no era sitio para alguien como tú; pero tú reías y me hacías callar con un beso en la mejilla. Fue también durante aquellos tres meses que estuve en Berlín, cuando me enamoré perdidamente de Sam, un chico de ciudad con grandes ambiciones. Él era alto, para nada desgarbado y con un estilo admirable, pero no podía compararse a ti. Sin embargo de esto no me percaté hasta cierto tiempo después, cuando le encontré en nuestra cama -o en la que suponía que era nuestra- con otra mujer, al parecer de su misma empresa. Así, abatida, regresé a aquel bar de mala muerte donde cada noche deleitabas a un par de perros sin dinero, que buscaban cobijo en aquellas cuatro paredes mugrientas y algo de comer. Pero esta vez, no sé cómo, acabé en tu cama. E, irónico, tú estabas a mi lado.

Tanto tiempo de amistad había forjado algo mucho más grande, algo mucho más fuerte.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares