La última pieza del rompecabezas.

Cuando abrí la puerta, tan solo llevaba puesta mi camiseta de dormir y unos calzoncillos -si, he dicho calzoncillos- grises, de alguno de esos tíos que a veces entraban en mi casa en momentos de extrema embriaguez. Al otro lado vislumbre su cara de nuevo. Esa que me trajo a la memoria historias de amor y ficción al mismo tiempo, cuentos de príncipes y princesas. Momentos que según mi consciencia había olvidado, pero que mi insconciente guardaba receloso.
- Lo sé, soy la última persona a la que querías ver plantado delante de tu casa.
No pudo estar más en lo cierto, pero no murmuré ni una sola palabra con tal de no darle la razón.
- ¿Puedo saber a qué se debe tu visita?
- En realidad no.
No supe que contestar, así que no tuve más remedio que dejarle entrar. Se sentó en el sofá rojo, pero no se descalzó ante la alfombra de pelo, como tantas veces había hecho.
Tras la ventana, el aire golpeaba con fuerza y la lluvia no cesaba sus intentos de entrar a aquella habitación cargada de todo menos de aire respirable. Su pelo negro estaba mojado, dada la situación en el exterior era lo más razonable, y las gotas descendían por el chubasquero que aún no se había quitado. Supongo que esperaba un "¿quieres tomar algo?" o tal vez un "dame una explicación coherente" pero esperé a que fuera él quién tomara la decisión de hablar. De hecho, había sido él el que había aparecido allí para quién sabe qué.
Tras un espera lenta, se decidió a hacer algo más que mirar al frente.
- Cuando te fuiste no supe el motivo, y sigo sin comprender por qué lo hiciste.
No dudé en responder a eso.
- ¿Que va a llover? ¿Crees que eso es una escusa decente? Por que si es así, cambia. Ya es hora de que madures, de que te comportes como el adulto que das la impresión de ser. Se acabaron los lloros, los ruegos, los juegos de cada noche, las cenas románticas de película, las caricias de cada noche mientras te hacías el dormido y los besos nada más despertar con su respectivo desayuno, las rosas que me traías para alegrarme la "jornada laboral", las cartas por debajo de la puerta y los regalos por San Valentín...
Algo parecido a una bola gigante de gomas elásticas se agolpaba en mi pecho impidiéndome respirar. Me había parecido oír demasiadas cosas buenas en aquel discurso que tanto tiempo llevaba en mi mente. Esperé a que él no se diese cuenta, pero sí, había cogido cada una de las palabras que había pronunciado.
- ¿Son esas suficientes razones? ¿Necesitas algo más para darte cuenta de que éramos perfectos?
Pero entonces volví a recordar el motivo, y solo pude pronunciar:

.
- Puede pasar de todo. ¿Verdad? Cualquier cosa... puedes amar tanto a una persona que tan solo el miedo a perderla haga que lo jodas todo... y acabes perdiéndola.. Puedes despertarte al lado de alguien a quien hace unas horas no hubieses imaginado conocer y mírate, ahora es como si alguien te regalara uno de esos puzzles con piezas de un cuadro de Magritte, de las fotos de unos ponys o de las cataratas del Niagara... Y se supone que ha de encajar. Pero no.

Comentarios

  1. ¿Qué decir de esta entrada? He sentido cada palabra cuando estaba leyendo tú texto, y tiene tanta razón.. Espero que sigas así, porque ya me acostumbrado a pasar por aquí al verte en novedades, sinceramente, me encanta este blog.
    Te mando un beso fuerte :)

    ResponderEliminar
  2. Muchísimas gracias Mária. Es genial saber que hay gente como tú:)
    Y siento no haberte respondido antes, problemillas técnicos!

    ResponderEliminar
  3. No pasa nada cariño:) Bueno ya me leí el texto nuevo y también es precioso! Un saludo!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares