El enredo entre tu boca y la mía.

Sé que no debí hacerlo. Pero no hubo manera de pararlo, con su boca pegada a mis costillas y gritando en silencio las pocas horas que nos quedaban. Y lloré. Vaya si lloré cuando recordé que no había manera de alargar la despedida, y aquel beso amargo que supo a distancia desde el minuto uno. Nunca imaginé vivir sin escuchar el corazón palpitando en el pecho, aquel lugar estratégico para pedir deseos cuando contábamos estrellas fugaces tumbados en la hierba mojada. En noches en las que el simple hecho de rozarnos la piel ya me hacía tiritar de placer. Aún ahora recuerdo los besos que me empañaban los ojos, aquellos que me recordaban que nadie había conseguido llegar a ese hueco que guardaba para "cosas que dolerán cuando desaparezcan". Y ahora que estoy aquí, a dos supuestos segundos de distancia, siento que nos perdemos sin haber llegado a tierra firme, porque tan sólo somos dos barcos a la deriva. Uno ya se había hundido, y el otro permanecía ausente. Uno prometió que volvería, y otro sólo lo esperaba.
Y así es como espero yo también. Sentada en el hueco frío de la cama a falta de su cuerpo para las noches en vela, esperando algún que otro milagro de esos que te salvan la vida.
El milagro de que me quiera como yo le quiero, de que sepa que por él iría al infinito y de que se cumplan los sueños. Que en realidad no quiero seguir soñando.
Lo que quiero es tenerle pegado a mis caderas y yo a su pelo.




"Le miré como un tren que se escapa. Me di cuenta de que había pasado cinco días caminando sobre nubes y se me cayó el mundo de las manos."

Comentarios

  1. No se que decir, jamas he sentido nada así. El texto me ha parecido hermoso, tienes una bonita forma de escribir.
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchísimas gracias Claudiettha, es un placer tenerte de seguidora.

      Eliminar

Publicar un comentario

Entradas populares