Summer rain.

Miradas que matan y distancias que se agrandan con el tiempo. Noches bohemias bajo la luz de las estrellas, cómplices de algo que solo sus corazones saben. El olor, el color y las risas dejan huella en cada cabeza, como un pequeño alfiler deja una huella casi imperceptible que sin embargo no se puede borrar. Puede que por eso una sienta que es afortunada, porque nada conseguirá que esos momentos acaben en el fondo de la memoria.

Su risa se oía desde la otra punta de la ciudad, a pesar de sus calles atestadas de miradas extrañadas. Las paredes blancas daban ese aspecto reluciente a una habitación llena de libros, unos antiguos, otros más nuevos, que intentaban amortiguar su felicidad, sin éxito. Su cama deshecha asimilaba los pataleos de aquella pequeña castaña risueña, a quien otro chico mataba a cosquillas. Le encantaba hacerle cosquillas, y a ella que se las hicieran. ¿Por qué no reír hasta perder el control, como aquella chica?¿Qué más podía pedir? Su vida estaba allí, a su lado, y por muchas batallas y muchas treguas que se abalanzaran sobre ellos siempre serían los sonrientes vecinos del tercero A. Siempre había solución, sus problemas parecían menguar cuando estaban juntos. Rodaban felices por la moqueta clara, sin reparar en que el mundo continuaba rotando. En que el tiempo pasaba. En que la vida cada vez era más corta. No necesitaban mirar fuera para saberlo, simplemente obviaban todo a su alrededor.



La felicidad es olvidarse de los problemas; valorar lo que se tiene y cantar hasta quedar afónicos.

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