Las playas desiertaas de Madrid

Siete tardes después, el sol seguía siendo tan insoportablemente caluroso como el primer día, solo que ahora ya no necesitaba sus besos. Había aprendido a olvidar todas aquellas mañanas enrededa en su mirada; el pasado estaba encerrado ya entre paredes de cemento gris, y tan solo buscaba razón de ser en el día a día. Su cama violeta, sus tés verdes y sus calcetines de colores hacían un poco más llevadera su nueva vida alejada del murmullo de las olas; un traslado sin recuerdos merecedores de ese nombre. El reloj seguía su curso, sus zapatillas rojas colgaban de la última cuerda del nuevo tendedero, los platos limpios escurrían en quién sabe qué era aquello, las cartas blancas de un tal Ben, hechas ceniza en un contenedor a dos kilómetros alejado de su puerta. Estaba claro que nada le haría regresar a su cabeza. Matha aún creía que para ella, Ben había desaparecido de la faz de la tierra.. Pero estaba más que equivocada.

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