Doscientos noventa mil trescientos once.

Tus besos NUNCA me dejaron buen sabor de boca, quizás fuera esa manía absurda de sonreír mientras lo hacíamos o de beberte siempre una botella de ginebra antes de irte a dormir. Tu mirada era penetrante cada vez que decía algo equivocado, como si con ello pudieras borrar de un plumazo las palabras erróneas, anulándome y olvidando quien era. Y qué decir de esas mañana en las que la resaca de caricias era tal, que ninguno de los dos queríamos separarnos de nuestras respectivas bocas por si el mundo se hacía añicos sobre nuestras cabezas, y en las que la cama era nuestra mejor protección ante las grietas de nuestro supuesto amor. Y cuando murmurabas con aire malicioso, que algún día iba a morir, arrastrada por el humo de mi cigarro, hasta más allá del infierno. Y cuando por fin acabaste con la lujuria, ocupando la cama de viejas promesas sin cumplir; las mismas que abandonaron la mía y me quitaron las cadenas que me ataban a ti. Recuerdo aquel día. Y posiblemente equella fuera la mejor decisión que tomaste en toda tu existencia.

Comentarios

  1. "Tus besos NUNCA me dejaron buen sabor de boca"
    Solo tú lo sabes;) Por cierto, tienes que lavar mejor la ropa, con otro detergente que huela mejor jajajajajaja. Te amo!

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